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Jorge Franco

El Mundo De Afuera

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  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    —¡Isolde, Isolde, ya llegó tu papá! —grita hacia el jardín, y justo en ese momento suena el pito y Guzmán sale apurado a abrir la reja. Dita se levanta del tocador y alisa su falda. Las mucamas y las cocineras dicen, ¡llegó el señor! Hugo, el paje, camina derecho, con pasos cortos y rápidos hasta la puerta principal, y maldice porque siempre que se pone los guantes se le van dos dedos donde solo cabe uno.
    Gerardo abre la puerta de la limusina y don Diego se baja, vestido de negro de la cabeza a los pies. Respira profundo el olor de las azucenas y va hasta las escaleras amplias donde lo reciben Hugo y su venia.
    La niña sale del bosque saltando sobre hortensias, crisantemos, santolinas y begonias. Esquiva las raíces de los cauchos que brotan de la tierra como anacondas. Don Diego oye los pasos que vienen en carrera, oye el jadeo y el esfuerzo de ella por llamarlo en medio de la emoción. La ve abajo del porche, a su princesa, que brilla en la penumbra con el pelo hecho un disparate: cuatro cadejos enroscados le caen como los cuernos de un gorro de bufón, en el centro le sale un mechón en cono y en la punta, una
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    Apenas se oye el viento que opaca desde lo alto, como un manto protector, el rumor encajado de las textileras, de la siderúrgica, de buses, carros, motos y hasta del tren que cruza Medellín en sus últimos viajes. La loma del castillo es empinada y se aleja con arrogancia del bullicio diario. Solo tiene dos carriles pavimentados, un poco más anchos que los neumáticos de los carros. Se llama loma de los Balsos porque alguna vez estuvo sembrada de balsos desde abajo hasta la cima. Los aviones sacuden la tranquilidad de la montaña cuando vuelan pegados a la cordillera. Si alguien va en el lado derecho del avión, puede ver desde el aire el castillo y sus jardines. Y si tiene suerte, puede ver a la princesa saludando con la mano a los que vuelan sobre ella.

    Abajo, al fondo, el valle se parte en dos por un río que suelta olores y sobre el que revolotean los gallinazos atentos a lo que salga de las alcantarillas. La corriente lenta arrastra basura, excrementos y espumas, y a lado y lado vivimos un poco más de setecientas mil personas en barrios simples y tranquilos. También hay fábricas que ensucian el aire con humo.
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    La muerte se enamoró de la princesa de quince años, se le metió en el cuerpo, le invadió el sistema nervioso y se la llevó sin que pudiera despedirse de sus padres, sin que yo pudiera verla por última vez, sin que ella misma se diera cuenta de que moría.
    La noticia voló loma abajo y como no la creí, corrí hasta el castillo para desmentir semejante despropósito. Había mucho silencio. No se oía ni el bosque. Ni yo mismo oía mis jadeos por el cansancio. Ni el agua en las fuentes ni la que baja por el arroyo. Ni un solo pájaro. Era como si todo se hubiera muerto en el castillo. No vi a nadie afuera ni detrás de las ventanas. Hasta que el misterio lo rompió un llanto desgarrado. Venía de adentro y se quedó pegado en el aire tanto tiempo que tuve que taparme los oídos para volver al silencio. No podía ser sino de su madre.
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    Aunque solo la vimos nosotros, todos terminaron por enterarse del show que nos hizo Isolda con la minifalda roja. Alguno se lo habrá comentado a una hermana, y ella a la mamá, y la mamá a la vecina, y así se habrá regado la historia que yo quería guardar con tanto celo. Nadie mencionó, de todas maneras, los segundos eternos que Isolda se quedó mirándome. De eso no le hablé a nadie, aunque sí me habría gustado que se hubiera sabido. Mi timidez no me da para ufanarme de una mirada
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    Estoy harta del tiempo, dijo, lo que trae se lo lleva sin misericordia. Trae el amor, lo gasta y se lo lleva. Se lleva la memoria, los recuerdos, se va con tus fuerzas. También trae el dolor y, si se aguanta, queda una herida con la que toca vivir hasta que el maldito tiempo decida llevárselo a uno. Y no por las buenas, sino que nos deja alguna enfermedad para que conozcamos la eternidad antes de irnos. Dita se quedó en silencio y se sentó en otra poltrona, frente a Marcel. Él la miraba fijamente. El tiempo es el infierno, dijo ella. Marcel negó con la cabeza y dijo, se refiere a él como si fuera un tercero, como si no fuera parte suya. El tiempo somos nosotros, señora. Estamos hechos de tiempo. Dita suspiró y se sobó los brazos con desasosiego. No entiendo la vida, Marcel, todo esto, y lo que nos pasó con Isolda, me ha hecho pensar que mis años felices fueron apenas un ensayo de algo que, finalmente, no funcionó. Miró a Marcel, atenta a un comentario. No sé, dijo ella, tal vez esperaba mucho más de la vida. Es lo que esperamos todos, dijo él. Ella se recostó, echó la cabeza hacia atrás y tomó aire con fuerza.
    —A Diego lo van a matar —dijo.
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    nubes lentas cruzan el valle y cambian de color según la hora. Las tardes pueden llegar a tener los naranjados más extravagantes. Son nubes esponjosas que flotan en manada bajo un azul intenso mientras nosotros, echados en la hierba, jugamos a adivinar formas. Más por ocio que por placer, mientras nos fumamos un cigarrillo robado.
    Ya no saltamos quebradas ni hacemos represas en la canalización de la loma. Seguimos montando en bicicleta aunque oímos otra música y hablamos de otros temas. Nos está cambiando la voz y hablamos de películas eróticas que no hemos visto. Odiamos las peluquerías. Queremos el pelo largo como los que siguen siendo hippies. Ahora miramos a las niñas con otros ojos. Entre todas, la que nos sigue llamando la atención es la del castillo.
    A mí no me gusta tanto porque sea princesa sino porque es rara. Canta en voz alta en la casa de muñecas, baila sola en el jardín envuelta en un velo y se mete en el bosque durante horas. La gente dice que su rareza no es más que soledad.
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    fonda se llamaba La Esquina y quedaba en el Parque Obrero. En diagonal estaba la biblioteca que don Diego le había donado al municipio de Itagüí. La fonda se convirtió en el centro de operaciones del Mono Riascos. Mi oficina, la llamaba, y allá se reunía con sus compinches, como si fueran simples parroquianos bebedores de cerveza.
    El Mono se camuflaba con cachucha y gafas. Prefería una mesa del fondo desde donde divisaba las entradas y salidas de don Diego y su familia a la biblioteca. En ella extendía papeles y mapas para rayar rutas, cruces y vías. A sus hombres los intranquilizaba hablar de esos temas en un lugar tan público.
    —Decime, Cejón, ¿adonde busca uno las ratas?
    —En las ratoneras.
    —Y en los huecos, en las cuevas —continuó el Mono—, en las madrigueras, en las alcantarillas, dentro de la basura. Por allá es por donde rondan los gatos, ¿o no?
    Sus hombres se miraron poco convencidos. El se reía del miedo de ellos aunque también los confrontaba cuando los veía acobardados. La sangre fría del Mono los hacía sentirse menos, pero esa humillación era, precisamente, la que los fortalecía cuando él gritaba, como en las películas, ¡nadie se mueva, esto es un atraco!
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    Nosotros seguimos alimentando las fantasías, ya no con la niña que correteaba por los jardines sino con la que crece espigada gracias a sus genes alemanes. Sin embargo, nos cuesta crecer. Todavía somos bandidos con espadas de palo, pistoleros con los dedos, expedicionarios de lotes baldíos y espías que huimos al menor ruido. Nos sentimos importantes porque los nombres de nuestros papás aparecen en el directorio telefónico y gozamos con las fotos de gente en pelota que aparecen en las revistas que hablan de Woodstock. Los adultos siguen hablando de la guerra de Vietnam y comentan, alarmados, que las cosas van muy mal. Yo les pregunto por qué tenemos que preocuparnos por una guerra que no es nuestra, y mi papá me dice que todas las guerras del mundo son nuestras.
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    No, dijo ella, es una decisión de hace mucho tiempo que no tiene que ver contigo. Eso no lo dice una mujer, dijo él con los ojos puestos en el pantalón. Eso no lo puede decir una mujer como tú, dijo otra vez. Déjame explicártelo, pidió Dita. No, ¿cómo puedes decir algo así después de lo que acabamos de hacer?, dijo él. Quiero irme contigo a América, quiero tener hijos contigo, pero no quiero intermediarios en mis sentimientos
  • Camila Alzateidézett6 évvel ezelőtt
    Isolda vive enamorada de los Beatles, sueña con ir a sus conciertos y tararea las canciones en la ducha. También intenta sacar las melodías en el piano y canta bajito que todos vivimos en un submarino amarillo, en un submarino amarillo, en un submarino amarillo. Se encierra en el cuarto y baila rock con el pelo suelto sobre la cara, trepada en los tacones de su mamá, con la falda recogida sobre los muslos, como la minifalda que no le dejan tener.
    Hay una guerra en un país que se llama Vietnam, en la que todos los días mueren personas por razones que no entendemos muy bien. En la mesa oímos a los grandes referirse a esa guerra con horror. Yo les pregunto qué tan cerca estamos de esa guerra o qué posibilidades tenemos de morir ahí. Respiro tranquilo cuando me explican que Vietnam está al otro lado del mundo. Sin embargo, no faltan los comentarios de los que anuncian una tercera guerra mundial y el fin del mundo. Con todo y eso, salgo a jugar todas las tardes con mis amigos.
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