La vegetariana

Tengo algo atascado en la boca del estómago. No sé qué es. Siempre está ahí. Ahora siento esa pesada masa a todas horas aunque no lleve el sujetador. Por más que respiro profundamente, no se me aligera el pecho.
Son gritos, alaridos apretujados, que se han atascado allí.

Por una vez, una sola vez, quisiera gritar con todas mis fuerzas. Quisiera salir corriendo por la oscura ventana. ¿Entonces podré desembarazarme de esa masa que me obstruye el pecho? ¿Será eso posible?

Comparada con su mujer quizá fuera menos bonita, pero se podía sentir en ella la fuerza de un árbol silvestre y sin podar.

«Me gustaría devorarte, derretirte y hacer que circules por mis venas.»

Parecía como si hubieran ido creciendo dentro de él hasta terminar por salir expulsados sin poder contener más su ímpetu. Era un sentido del color que no había experimentado nunca antes.

«Mejor dicho, ella es normal de verdad», pensó, «el que está loco soy yo».

Era un cuerpo del que habían sido eliminadas exhaustivamente todas las excedencias. Nunca había visto un ser que fuese capaz de decir tantas cosas con solo su figura.

Tenía el rostro seco de la persona que no cree en nada que no sea sensorial ni basado en valores comunes y corrientes.

su expresión era serena como la de un monje que hace vida contemplativa. Hasta el punto que le hacía preguntarse qué cosas terribles se estarían enfriando o se habrían hundido en el fondo de su ser para mostrar esa superficie tan tranquila.

Deseó con todas sus fuerzas que ella viviera y al mismo tiempo se preguntó qué significaba aquello