La estupidez estratégica

Como bien demostró el filósofo y sociólogo Jon Elster (1978, 1979), lo que recibes de las personas a las que has ofrecido tus atenciones y cuidados es mucho más de lo que les has dado. El egoísmo sabio coincide, de hecho, con el altruismo sano

En conclusión, el estúpido estratégico la mayoría de las veces elige de manera consciente: no es el imbécil o el idiota, que no comprende, sino el que decide con pleno conocimiento tomar el camino menos fatigoso o más bien el más fácil o el más placentero.

El tema del exceso representa, junto con el hecho de atrincherarse en los puntos de vista propios, un rasgo esencial de la estupidez estratégica, porque cualquier cosa o situación que se lleva al exceso se convierte en disfuncional.

Como bien afirma Cipolla (2011) en su ensayo sobre las leyes de la estupidez, «una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio»

No obstante, si bien podemos perdonar a cualquiera un resbalón en la estupidez, lo que no podemos tolerar es su práctica sistemática y repetida, porque esto es lo que la hace peligrosa y destructiva.

«No hay nada nuevo bajo este cielo salvo lo olvidado». Con este brillante aforismo Santayana (1940) nos recuerda la necesidad fundamental de la humildad para no caer en la estúpida ilusión de haber creado algo único.

A principios del siglo XX, Karl Kraus afirmaba irónicamente: «El que no sabe hacer, enseña»; me permito añadir, haciéndome eco asimismo del pensamiento de Oscar Wilde, que el que no sabe hacer ni enseñar, critica.

Como advierte Karl Popper (1945): «Solo frente a los arrogantes y presuntuosos es lícito (y necesario, añado) ser arrogantes», así es como el prepotente ha de ser sometido.

No conviene subestimar las palabras de Benjamin Franklin (2020): «El incompetente forzosamente ha de ser deshonesto».

No es casual que manipular y condicionar sean las dos formas de comunicación utilizadas desde siempre por los reinos totalitarios, donde no se tolera la crítica y la diversidad de opiniones. La comunicación persuasoria, en cambio, tuvo su máxima expresión histórica en el debate interno de las primeras formas de organización social democrática en la antigua Grecia.