Los muchachos de zinc

No quiero estar callada... Y no puedo seguir escribiendo sobre la guerra.

Quería que me hablara de lo angustioso de esta elección: ¿disparar o no? Sin embargo, para él en eso no había drama alguno. ¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Es bueno matar «en nombre del socialismo»? Para estos muchachos los límites morales los marca la orden de su superior.

Nuestra mentalidad mitológica es inmutable: somos justos y sublimes. Y siempre tenemos razón.

Muchas veces he pensado que los animales, los pájaros, los peces, también tienen derecho a su propia historia del sufrimiento. Algún día se escribirá.

Pero entonces, eso fue hace siete años, entonces la verdad sobre Afganistán todavía no existía. Los llamaban héroes. Los soldados internacionalistas. Mi hijo era el asesino... Porque él hizo aquí lo mismo que ellos hacían allí. Allí por hacer eso les daban medallas y órdenes...

¿tenían miedo?, ¿qué era lo que sentían al ver la muerte? Pero no, no les daba miedo nada, ni siquiera la compasión les hacía cosquillas.

Esos chicos hablaban de la guerra como si simplemente se tratara de un trabajo donde había que matar.

Les preguntaba sobre la muerte... No, no sobre la muerte, sino sobre la capacidad de matar.

No hay placer en asesinar a un hombre. Matas para que no te maten a ti. La guerra no es solo la muerte, hay algo más. La guerra tiene su propio olor. Su propio sonido.

Desde que tengo memoria siempre me han enseñado a creer. ¡Solo a creer! Nadie me ha dicho nunca: reflexiona si debes creer o no,