1935, a finales de la Gran Depresión, en Estados Unidos. En plena crisis económica, Frank Nichols acaba de perder su puesto de profesor de Historia en una universidad del norte del país por mantener una relación con la mujer de otro catedrático. Cuando hereda una casa en el tranquilo pueblo de Whitbrow, en Georgia, decide dejarlo todo atrás para trasladarse allí con ella. Dora dará clase en la escuela del pueblo mientras que Frank se dedicará a escribir un libro sobre un antepasado suyo, Lucien Savoyard. Fue propietario en el siglo XIX de una plantación al otro lado del río que linda con el pueblo. Trató a sus esclavos con una brutalidad descomunal y legendaria, y finalmente acabó asesinado a manos de uno de ellos. Frank está tan fascinado por la historia de este personaje malvado y con tantas ganas de fundar una nueva vida con la bella Dora, que hace caso omiso de la carta desconcertante que, antes de morirse, le escribió la tía que le dejó la casa: le ruega encarecidamente que la venda, que no se le ocurra irse a vivir allí nunca jamás… En un primer momento el pueblo resulta pintoresco y agradable y los habitantes parecen acogedores, aunque de mentalidad tradicional. Pero es cuando Frank inicia sus indagaciones sobre la zona, y empieza a pasearse por el misterioso bosque, que se da cuenta del peso de la tradición y las históricas supersticiones locales, y que empieza a descubrir indicios de algo oculto, siniestro y muy inquietante, algo… nada natural. Y cuando la austeridad económica lleva a algunos a poner en tela de juicio la extraña tradición de soltar unos valiosos cerdos en el bosque cada mes, las crueles consecuencias no se harán esperar… Existe un terror indecible con el que han convivido los del pueblo desde hace generaciones. Algo que exige un sacrificio. Se alberga en ese bosque oscuro al otro lado del río, donde se erigen las ruinas de la mansión de Savoyard. Donde perdura una antigua deuda de sangre. Una deuda que ha estado aguardando el regreso de Frank Nichols a las tierras de su antepasado.