La memoria de las cosas

Para revolver, primero vuélvete cuchara (cf. «Cuchara»).

Sé como las cenizas de todos nuestros muertos que revientan con revuelo contra la cara del orden público. Haz mudanza. Borrasca de basura y huesos, el tiempo está revuelto.

Causa disturbios —en el orden establecido, en una relación, en la cocina, en la clase, en la leche condensada al fondo del vaso de tu café vietnamita bien cargado. Enreda los hilos, las agujetas de los zapatos del amigo que se quedó dormido, las palabras que salen de tu boca.

Vuélvete baile. Baila hasta alterar el buen orden y la disposición de las cosas. Vuélvete baile puro.

Para que alguien sea compañero necesita de alguien más.

Hay un caracol que es belleza. Todos saben que la baba de caracol cura toda herida. A excepción de las heridas del corazón, hace desaparecer cualquier cicatriz.

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Si me ves, me matas, pero este texto sobrevive. Considéralo. Hace tiempo que los chamanes de mi tierra sueñan con ser zorros.

Los preparo. ¿Recuerdas entonces esa promesa? Volveré y seré millones. Aquí hago la misma promesa. Mi autobiografía es la transcripción de esa promesa. Al transcribirla, la encarna. Considera las implicaciones de la palabra encarnada. En canis.

No es lo mismo que me entrenes para no atacarte a que me selecciones genéticamente para quererte y querer que me quieras.

Considera esto: si las vidas de 50,000 zorros se sacrifican en nombre de un experimento que falla, no por razones científicas, sino meramente económicas ¿quiénes son los salvajes? Y si uno entre 50,000 puede hablarles, sí hablarles, ¿consideramos que el experimento falló porque los otros 49,999 no pueden?