refería entrar por Bådmandsstræde, pasar junto al Arco de la Paz y el local de asambleas
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Si querías hacer un canje en algún lugar de Dinamarca donde pudiera preverse animosidad contra la eventual intervención policial, ese lugar era Pusher Street, Christiania
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Christiania seguía siendo el cordón umbilical del encanto y del flujo libre de ideas de la capital. Una central de energía con bicis, protectora del medio ambiente y de la contracultura, en la que perros y gente maravillosa transformaron unos viejos y horribles cuarteles en lo que seguramente era la mayor atracción turística de Dinamarca.
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Tan solo el coste del caro maquillaje tras el que se escondía la mujer podía alimentar a una familia media de Bangladesh durante un par de meses.
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¡Su padre! Si pudiera acariciar las palabras, lo haría.
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que introducirse, pero los duros inviernos y meses de oscuridad de Dinamarca se habían terminado. Tenía tiempo para tomar su decisión, y el mundo era enorme.
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Zúrich. Una cuenta engordada durante muchos años, basada en empresas que se consideraban legales, pero no lo eran. Y en cuanto hubiera reunido aquellos fondos, se abrían dos caminos, aunque aún no había decidido cuál tomar
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No vas a ninguna parte, no me fío de ti –dijo entre dientes, mientras René caía arrodillado y trataba de recuperar el aliento–. Di a qué has venido.
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Encima de ellos, arcos negros y aljabas llenas de flechas. Justo al lado, colgaban boca abajo dos lanzas de mango negro y anchas puntas de doble filo. Junto a una mesita