Bajar es lo peor

Hay otros mundos, pero están en éste.

Paul Eluard

Le gustaba caminar bajo la lluvia, sentir cómo el agua se colaba por su cuello y le empapaba la espalda. Pero esta vez estaba lloviendo demasiado: apenas se podía caminar, el viento y la lluvia casi lastimaban.

Casi inconscientemente comenzó a arrancarse las puntas florecidas del pelo mientras tarareaba «Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá».

Los ojos de Narval se humedecieron. No podía contenerse, no podía parar; sabía que algo se había roto, algo estaba pasando, pero no pasando con minúscula, sino PASANDO, como si la última pieza del engranaje hubiera caído en su lugar y la rueda empezara a girar, imparable, implacable. Apoyó la cabeza contra el pecho de Facundo, sobre su corazón enloquecido, y se abrazó a él deseando morir, llorando como nunca antes.

supo que no podría dejar de pensar en Narval, en si era capaz de sentir algo con toda intensidad, a pesar del miedo.

Mirá, es una cuestión de supervivencia: una persona que no sabe cocinar ni manejar ni armar un porro no es totalmente libre.

supo que un amor demente y ciego estaba carcomiéndole el cuerpo

Esto es lo que siento, exactamente, pensó: como si se me hubiera caído un espejo en una calle llena de gente. Todos pasan y patean los pedazos y yo quiero juntarlos, pero es al pedo y, sin embargo, no puedo dejar de buscarlos porque de eso depende lo poco de cerebro que me queda, si me queda algo.

Debe ser difícil poder conseguir todo y no querer nada.

–Pero es una puta –dijo Carolina, casi con resentimiento.

–Sí, es una puta. Eso es lo que más me gusta de él.