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Sergio Pitol

El Arte De La Fuga

El arte de la fuga, «uno de los libros imprescindibles de la literatura mexicana» (Pedro Ángel Palou, La Jornada), «confirma algo que público y crítica sabían desde hace tiempo: Sergio Pitol es uno de los narradores mayores de las letras mexicanas» (Juan José Reyes, Crónica), «uno de los narradores hispanoamericanos fundamentales por su originalidad, humor y diversidad» (Miguel Ángel Quemain, El Nacional).
Los manuales de música clásicos definían la Fuga como una «composición a varias voces, escrita en contrapunto, cuyos elementos esenciales son la variación y el canon», lo que hoy día se podría interpretar libremente como la posibilidad de una forma mecida entre la aventura y el orden, el instinto y la matemática, la liturgia y el bataclán. El personaje central de este libro -suponemos que el propio autor-, una criatura tan indefensa como los más indefensos personajes dickensianos, pero a diferencia de ellos acorazado como un guerrero cuyas armas fueran el estupor y la parodia, se fuga de una celda para encontrarse prisionero en otra que podría ser el paraíso, aunque él se encargará de convertir ese Edén en un sitio irrisorio pero a la vez entrañable.
El arte de la fuga se convierte en un galope acelerado que en su trayecto confunde regocijadamente todas las instancias, remueve las fronteras, niega los géneros. Uno cree internarse en un ensayo para de pronto encontrarse en un relato, que se mutará en la crónica de una vida, el testimonio de un viajero, de un lector hedonista y refinado, de un niño deslumbrado por la inmensa variedad del mundo. Si «todo está en todo», como se afirma a menudo en estas páginas, la fuga se vuelve también un irónico paseo por los vasos comunicantes que transforman lo unitario en lo diverso y las periferias en el centro.
El elenco cultural es amplísimo, como también la geografía. No hay cronologías que valgan: todo está en todo, desde la infancia veracruzana del autor hasta el testimonio de su viaje a Chiapas, después de la insurrección zapatista, pasando por su larga y feliz estancia en Barcelona. «Uno», dice Pitol, «me aventuro a creer, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas». Señala Carlos Monsiváis: «En El arte de la fuga, la suma que es Sergio Pitol se añade a nuestras experiencias de lectura más fluidas y estimulantes.»
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1997
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1996
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Idézetek

  • Zakarias Zafraidézett3 évvel ezelőtt
    dio a una amiga sobre la sección de la derecha, esa donde aparece un cadáver desnudo de la cintura a los pies atado al cuerpo de una bella mujer, a cuyo lado un hombre, que ni siquiera los observa, toca un tambor, el pintor afirma: «El cuerpo atado es parte de uno mismo, es el cadáver de los recuerdos, errores y fracasos, el asesinato que cada uno de nosotros comete en algún momento de su vida. Al no poder el hombre librarse jamás de su pasado tiene que cargar para siempre ese cadáver; en tanto que a su lado la Vida toca un tambor.» Me dejaría cortar el cuello si alguien que no hubiese leído la interpretación de Beckmann se detuviera ante el tríptico y tradujera de manera parecida aquel fragmento. Cada espectador tendrá que descifrar los elementos como mejor pueda, echando mano de vivencias o experiencias personales; eso, que parece inevitable, no significa enriquecer ni empobrecer el placer estético.
  • Zakarias Zafraidézett3 évvel ezelőtt
    Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas. Uno está conformado por tiempos, aficiones y credos diferentes. En el momento en que escribo estas páginas puedo dividir mi vida en una fase larga, gustosa y gregaria, y otra, la más reciente, en que la soledad me parece un regalo de los dioses. Ir a fiestas, comidas, tertulias, cafés, bares, restaurantes fue durante largos años un goce cotidiano. El paso al otro extremo se produjo de modo tan gradual que no logro aclarar los distintos movimientos del proceso
  • Adal Cortezidézett4 évvel ezelőtt
    Vivo en Xalapa, una capital de provincia rodeada por paisajes de excepción. Por las mañanas salgo al campo, donde tengo una cabaña, y dedico varias horas a escribir y a oír música. De cuando en cuando hago alguna pausa para jugar en el jardín con mi perro. Regreso a la ciudad a la hora de comer y por la tarde vuelvo a escribir, a oír música, a leer, a veces a ver algún viejo filme en videocasetera. Me comunico con amigos por medio del teléfono. A partir de las seis de la tarde, salvo casos extraordinarios, no hay poder que me haga salir de casa. Le debo a Bernal Lascuráin, el arquitecto, a su imaginación, a su gusto y a su talento, el placer de habitar estas casas, construida cada una como complemento de la otra. Si tuviera que vivir en ellas un arresto domiciliario mi felicidad sería perfecta. Trabajo hasta las dos o las tres de la mañana. Este ritmo de vida que a muchos podría parecer desesperante es el único que me resulta apetecible.

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