La mujer, la escritora, aunque lo mejor sería llamarla de ahora en adelante la difunta, se sienta por última vez en el filo de su cama. Está todo lo muerta que puede estar, pero todavía le pica el cuerpo, el miembro fantasma, los tentáculos de pulpo que un hombre devora al otro lado del mundo. Saca el bolso y no sabe qué meter. No necesita nada y todo lo que lleve se lo van a quitar.