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Martín Caparrós

Los Living

  • Diego Camposidézett5 évvel ezelőtt
    Nos quieren convencer de que formamos parte de grandes conjuntos –una comunidad, una ciudad, un gremio, un país, la humanidad– y después resulta que cuando uno hace algo tan decisivo como nacer le importa a siete u ocho
  • Rafael Ramosidézetttegnapelőtt
    Entonces imaginé actos más privados; pensé en instalarle sospechas que no pudiera soportar, pero no daba con ninguna: mandarle anónimos sobre la fidelidad de su esposa mirinda sería una pérdida de tiempo –porque no tenía sentido que el señor quisiera custodiar, a esa altura, el cuerpo graso fofo de su esposa–; amenazarlo con perder su empleo implicaba averiguar dónde trabajaba, quiénes eran sus jefes, detalles muy difíciles; falsificar una citación policial por algún delito extraño era más complicado. Hasta que tuve, por fin, cuando ya había dejado de esperarla, una idea: primero me aterró que la idea se me ocurriera cuando ya no pensaba, que todo mi esfuerzo por pensar se riera de mí y que no pudiera controlar ni siquiera la llegada de una pálida idea. Después le presté atención a la idea misma: entendí que mi padre o viejo nunca se había muerto –y era verdad que nunca se había muerto. Eso fue lo terrible y lo maravilloso: mi padre nunca se murió. Ese viernes a las 6.34 estaba vivo, ese viernes a las 6.35 estaba muerto; nunca fue alguien que estuviera muriendo. Entonces descubrí cómo sería mi venganza. ¿Qué mejor ataque –pensé, tras todos esos días de pensarlo– que obligar a ese hombre a pensar en lo último en que querría pensar: a pensar en lo último? Salvo mi abuela, nadie que conociera me había hablado nunca de la muerte; era visible que nadie quería saber nada.
    Mi padre nunca se había muerto; el castigo de su asesino sería morirse mucho tiempo.
    Me concentré en la carta. Me costó semanas terminar la carta –semanas de buscar en libros, copiar modelos, corregir, revisar– pero, al final, quedó como quería.
  • Rafael Ramosidézetttegnapelőtt
    Pero la venganza, al fin y al cabo, es escribir una historia que otros deben cumplir sin proponérselo o, incluso, sin saberlo –pensé, en esos días, el colegio sin ningún interés, el invierno apretando, el humo de los saqueos siempre al final de alguna calle–: que alguien debe cumplir sin decidirlo.
  • Rafael Ramosidézetttegnapelőtt
    Y entonces recordaba que estaba tratando de pensar dónde me había equivocado en el asunto de la señorita Alicia y que pensar era un esfuerzo tan enorme por mantener a raya todas esas ideas que se te mezclan con las pocas ideas que sí querrías oír –¿oír ideas?, era rara la idea de oír ideas, pensé, pero hice un esfuerzo por no seguir en esa dirección–, que las ideas pasaban por mi cabeza como aviones en un vuelo rasante, perros lanzados detrás de ese conejo y que el problema principal fue la desproporción tan evidente entre causa y efecto: entre su ofensa y mi respuesta, primero; entre mi respuesta y sus consecuencias, después, que le arruinaron la carrera a la pobre señorita Alicia, pero que también me molestaban otras cosas, más básicas. Pensé que una venganza no debía actuar sobre la situación de su víctima –sus condiciones de vida, su trabajo, su reputación, su familia–; tampoco debía actuar –menos aún– sobre su cuerpo, que no tiene la culpa de nada. Es su mente –su inteligencia, su poca inteligencia– la que produjo el hecho que merece venganza; es la mente la que debe recibirla.
  • Rafael Ramosidézetttegnapelőtt
    Una vez más, mamá me preguntó por mi encuentro con Raggio, le dije que no quería decirle, me volvió a preguntar, le volví a decir que no; lo hicimos unas diez o doce veces. Al final, la undécima, la decimotercera, me dijo que era su vida también, que qué me creía: que si creía que no tenía derecho a saber. Yo le dije que sí, que justamente por eso me extrañaba que nunca hubiera ido a preguntar y que los derechos hay que ganárselos. Entonces mamá soltó uno de los suspiros más importantes de una vida hecha de suspiros monumentos y me dijo que ella estaba ahí, que le importaba, que si alguna vez quería contárselo ella estaría muy contenta de oírlo. Después me dijo que yo me había pasado todo el velorio de mi padre sentado en una silla sin hablar, jugando con un cochecito duravit que mi abuela me había dado y que cada vez que alguien venía a hablarme, a preguntarme si quería comer algo, si quería ir a hacer pis, si estaba bien, yo me ponía a llorar –y que sólo me callaba cuando me dejaban en esa silla solo, y me preguntó si me acordaba. Yo le dije que no
  • Rafael Ramosidézetttegnapelőtt
    Lo más difícil de vengarse es vengarse en su justa medida –y yo no quería cometer otra vez el mismo error de cálculo.
  • Rafael Ramosidézett3 nappal ezelőtt
    Yo sabía –no sé cómo sabía, confusamente lo sabía, por las telenovelas y algunos comentarios de mamá y una frase que había oído entre dos chicas en la escuela lo sabía– que el deber final de los padres, su aporte definitivo a la formación de los hijos, su última enseñanza, es dar fastidio, malestares, lástima: que nada remata tanto la formación de un hijo como tenerle lástima a su padre
  • Rafael Ramosidézett11 nappal ezelőtt
    ¿querés coger conmigo? Coger en serio, digo, no eso que hicimos. ¿Qué hicimos? Eso, lo que hicimos, ¿o no eras vos? Yo era, pero no hice demasiado. Ah, ahora te vas a hacer el tonto. Bastante hiciste, nene, mucho, y yo me lo tragué, me dijo, me sonrió, me apretó más la mano. Yo dejé la mano pero le dije que otro día, que sí quería, que por supuesto que quería pero que otro día.
    –Pichón, ¿vos cogiste alguna vez?
    Me dijo, y me tiró el humo en la cara. Usaba el humo como los indios, para hacer señales. Le dije que claro, que qué carajo se creía.
    –Claro, boluda, lo que pasa es que ahora me tengo que ir al cementerio, es el entierro de mi abuelo.
    Me dijo ah era tu abuelo, me paré, le di un beso en la mejilla: muy cerca de los labios. No volví a verla en años.
  • Rafael Ramosidézett11 nappal ezelőtt
    ¿Vos te creés que la gente tiene un nombre verdadero? No te hagás el piola, chiquitín. Yo estuve a punto de decirle que no me hacía pero le dije Juan Domingo. ¿Juan Domingo? Tu viejo debe ser peronista hasta las bolas. ¿Por qué peronista? Titina me preguntó si era boludo. La mayoría de las preguntas son así: preguntar es suponer que lo que uno quiere decir vale más cuando lo dice el otro: hacérselo decir al otro vale más.
  • Rafael Ramosidézett11 nappal ezelőtt
    Unos meses antes, poco después de cumplir los diecinueve, por intermedio de un amigo, Titina consiguió ese trabajo en el Paraíso. Le gustaba llegar cada tarde a eso de las siete, entrar en el local que todavía olía a tabaco de la noche anterior, a sudor de la noche anterior, a alcoholes de la noche anterior pero, vacío y tan iluminado, parecía un barco varado en una playa, una fábrica en huelga. Le gustaba ver ese cascarón y pensar en el error de tantos: cientos que llegarían esa noche –como cada noche– sedientos de un lugar que, sin ellos, no sería nada de nada o, más bien, esa ruina de sí mismo a la que ella llegaba cada tarde a eso de las siete.
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