Tres maneras de decir adiós

También tú, Adina, te pusiste a hurgar en mi vida, sacaste a la luz historias que me hacían sufrir, hundiste los dedos en mis heridas, me obligaste a recordar.

Hagas lo que hagas, Elio siempre será más generoso que tú, y Fernanda siempre te va a reprochar algo.

Te llamaba la atención que esas mujeres, siempre tan jóvenes, no se dieran cuenta de que algunos escritores son hombres talentosos pero consentidos e inútiles, que saltan de privilegio en privilegio, abusando de la energía de quienes los rodean.

Emma siempre compite y reacciona mal, están atadas por un vínculo donde el silencio y los malentendidos cavan su propia trinchera.

, no la verás crecer, pero puedes inventarte su futuro. Es como una maldición: cuando algo anida en tu cabeza solo puedes liberarte si lo sueltas sobre el papel.

Había crecido en los alrededores de la vida de los demás, expulsada de su propia historia.

Es madre como ha sido hija, crítica, omnipotente y solitaria. En el acto te arrepientes de tus adjetivos, ¿quién eres tú para juzgarla? Cuánto has querido a esa niñita que todavía está ahí, encerrada dentro de una mujer huraña.

Te sientes desconcertada por su necesidad de cuidado, siempre te ha resultado más sencillo lidiar con las rabietas de Fernanda que con su cariño. Reconócelo: tampoco tú eres fácil.

Tu madre, siempre dispuesta a inocularte su frustración, su ansiedad. Dispuesta a ver el lado malo de las cosas. La recuerdas, claro, aún no has logrado liberarte del todo de su influjo.

Fernanda siempre comienza sus frases con un reproche, como si no pudiera entrar en el territorio del afecto sin atravesar una barricada de hostilidad.