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Joseph Roth

La Marcha Radetzky

«Un libro de despedida, melancólico y profético, como son siempre los libros de los verdaderos poetas». Stefan Zweig

“Una obra maestra”. Nadine Gordimer

En 1859, en la batalla de Solferino, el teniente esloveno Trotta salva la vida al emperador Francisco José. Es ascendido, condecorado y ennoblecido, y con los años su nombre aparece en los libros de Historia del Imperio austrohúngaro. Pero en ellos el episodio se narra deformado y Trotta acude al mismísimo emperador para que restaure la verdad. Este le dice: «Son tantas las mentiras que se cuentan»… y él, con una gran decepción, solicita el retiro y prohíbe a su hijo Franz ser soldado. El hijo sigue la carrera funcionaria! y llega a ser la máxima autoridad civil de una ciudad morava. Pero su hijo Carl Joseph, emulando al abuelo, acaba siendo teniente de caballería y conoce la monotonía de las guarniciones, los placeres de Viena y los peligros de los puestos fronterizos: amantes, duelos, amigos perdidos, aguardiente, deudas de juego. Joseph Roth escribió en 1932 La Marcha Radetzky, que aquí presentamos en una nueva traducción de Xandru Fernández. La novela se convirtió en un hito de la literatura del siglo XX, por su genial escrutinio de los dos grandes pilares del Imperio —el ejército y la administración— y su crónica de una larga decadencia que, inadvertida para la vida reglamentada de sus protagonistas, conduce a la Primera Guerra Mundial. Mientras la Marcha Radetzky suena en ceremonias, tabernas y burdeles —los mismos lugares donde cuelga el retrato del emperador— y todos los símbolos del Imperio parecen tener vida propia, se extienden los nacionalismos y los movimientos revolucionarios. La familia Trotta, para la que el lenguaje del ejército es «su lengua materna», está condenada a las «palabras mudas»; cuando el padre quiere decir: «Te quiero, hijo mío», lo que dice es: «Que te vaya bien». Y entretanto el narrador va descubriendo cómo la muerte forma sus propias imágenes.
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Idézetek

  • Adal Cortezidézett20 nappal ezelőtt
    –Hoy he escrito a mi hijo –empezó, tras una pausa–. Hará lo que le plazca.
    –Me parece lo más acertado –dijo el doctor Skowronnek–. No se puede asumir esa responsabilidad. Nadie puede responder por los actos de los demás.
    –Mi padre respondió por los míos –dijo el capitán de distrito–, y mi abuelo por los de mi padre.
  • Adal Cortezidézett20 nappal ezelőtt
    Carl Joseph ya no respondió a esta carta del señor Trotta. Interrumpió incluso la larga serie de informes habituales y el capitán de distrito ya no supo nada de su hijo en mucho tiempo. Esperaba cada mañana el anciano, y al mismo tiempo sabía que esperaba en vano. Y no era como si cada mañana le faltara la carta esperada, sino como si cada mañana recibiera el esperado y temido silencio. El hijo callaba. Pero el padre le oía callar. Y era como si cada día el hijo desobedeciera al anciano por primera vez.
  • Adal Cortezidézett20 nappal ezelőtt
    «Un hombre excelente», pensaba el capitán de distrito del doctor Skowronnek. «Un hombre extraordinario», pensaba el doctor Skowronnek del capitán de distrito.

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