La isla de las mujeres del mar

—Toda mujer que entra en el mar lleva un ataúd a la espalda. En este mundo, en el mundo submarino, llevamos a cuestas el peso de una vida difícil.

—Una mujer que muere sola en el agua no tiene a nadie que le dé la mano o le acaricie la frente —empezó la chamana Kim—. Sin nadie que la caliente, su piel se queda fría.

Dicen que después de experimentar el mar inmenso e incognoscible, una hija conoce a su madre y la entiende por primera vez.

«Cuando nace una niña, hay una fiesta».

Un recordatorio de que todo pasará, los hombres y sus conflictos, por graves que sean, y que lo único que permanecerá es la naturaleza con sus ciclos y su belleza.

—El océano es mejor que una madre —decía—: El mar es para siempre.

—Cada año llorarás un poco menos y te liberarás un poco más —me susurró al oído—. Con el tiempo, tu tristeza desaparecerá igual que la espuma del mar.

Necesitaba mensajes de amor dirigidos únicamente a mí, pero los espíritus no se manifiestan para decir ni hacer lo que nosotros queremos. Están en el más allá y gozan de sus propios privilegios. Nos corresponde a nosotros descubrir el sentido más profundo de sus palabras.

Se dice que aunque cortes un helecho nueve veces, siempre vuelve a brotar (el proverbio «Cáete ocho veces y levántate nueve» nos lo recuerda) y por eso los helechos simbolizan el deseo de los difuntos por allanar el camino a las generaciones futuras.

—La única forma de impedir que tu marido se busque una pequeña esposa es engendrando un hijo varón. Si no le das un hijo que pueda ocuparse de venerar a los antepasados el día que tú no estés, no eres más que una sirvienta.