En este libro, la autora examina con encantadora sinceridad su propia vida, y, sobre todo, sus primeros años en Inglaterra y los Estados Unidos, donde tuvo «una difícil juventud». No fue la suya una infancia idílica. Y no trata de buscar paliativos a sus padres, especialmente a su terca madrecita, que insistía en que la pequeña Janet, nombre con que la bautizaron, hiciera todo el trabajo que podía hacer el muchacho más capaz. «En realidad —reflexiona con cierta amargura—, creo que fueron mis padres los que inventaron el Movimiento de Liberación de la Mujer»…, forzándola así a una fiera independencia que nunca le permitió disfrutar de «la gran estafa femenina», es decir: del papel de una mimada y protegida ama de casa. Pero había de descubrir que el pasar por una juventud difícil tiene también sus ventajas, pues más tarde, sien¬do ya madre de una niña, aunque apenas tenía veinte años, hubo de hacer frente a la vida en el primitivo am¬biente de los Montes Apalaches. Su hogar era una tienda de cinco metros cuadrados. Había leche para el bebé cuando mamá conseguía atrapar la vaca, y azúcar y café cuando hacía el viaje de ida y vuelta —unos quince kilómetros a pie— hasta el poblado más próximo. Su sentido de la independencia la hizo muy apreciada por sus vecinos montañeses, que la aceptaron como a pocos extraños. Taylor Caldwell siente al principio disgusto ante el espectáculo de los «hippies» y los «yippies». Luego medita profundamente y se duele por esos muchachos y muchachas, ya que, dice, ellos no se lanzaron por sí mismos a ese camino.