Sólo la noche siguiente a Clarimonda; me dijo como la primera vez en el portal de la iglesia: "Desdichado, ¿qué has hecho? ¿Por qué escuchaste a ese sacerdote imbécil? ¿No eras acaso feliz conmigo? ¿Qué daño te había hecho para darte el derecho de violar mi tumba miseranda y poner al desnudo las miserias de mi nada? toda comunicación entre nuestras almas y nuestros cuerpos está por siempre rota. Adiós. Me extrañarás"
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Ésta es, hermano, la historia de mi juventud. No mire jamás a una mujer, y camine con los ojos bajos, porque, por casto y tranquilo que usted sea, basta un minuto para perder la eternidad
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Volví a mi presbiterio, y el señor Romualdo, amante de Clarimonda, se apartó del pobre sacerdote, con quien durante tanto tiempo había tenido una tan singular compañía.
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Una gran ruina se hizo en mi interior.
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Asperjó con agua bendita el cuerpo y el ataúd, y con el hisopo trazó una señal de la cruz.
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Una pequeña gota roja parecía una rosa en la comisura de su pálida boca.
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la azada de Serapion golpeó el ataúd, y se escucharon resonar sus tablas
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El celo de Serapion tenía algo de duro y salvaje que lo tornaba más semejante a un demonio que a un apóstol, y su rostro de grandes rasgos austeros, profundamente marcados por el reflejo de la linterna, no tenía nada de tranquilizador
Celos, igual la quiere
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Después de haber iluminado varias lápidas con la linterna, llegamos finalmente a una piedra
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Estaba decidido a matar en provecho del uno o del otro, a uno de los dos hombres que vivían en mí, o también a aniquilar a ambos, porque semejante vida no podía durar