Sin embargo, lo que hacemos es siempre muy parecido: yo llego, ella habla de determinados temas –de algo que vio en Netflix o en el cine, de un libro, de las vacunas, de los viajes, usualmente de todas esas cosas juntas–, en algún momento enciendo el grabador, le hago preguntas, responde, fijamos una fecha para el próximo encuentro, nos despedimos. Hay algo extraño en ese estatismo: ella me cuenta, sentada en una silla, un mundo de altísima velocidad. Relata, vestida con telas refinadas, el año y medio durante el que se vistió con ropa de mujeres muertas.