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Stefan Zweig

Mendel el de los libros

  • Mildred Osirisidézett5 évvel ezelőtt
    aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro
  • Tess Pedroidézettelőző év
    Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.
  • Tess Pedroidézettelőző év
    Tuvieron que sujetarle. Y, por desgracia, sus gafas cayeron al suelo. El mágico telescopio que le permitía contemplar el mundo del espíritu se rompió así en mil pedazos.
  • Tess Pedroidézettelőző év
    todo lo que es único resulta día a día más valioso en un mundo como el nuestro, que de manera irremediable se va volviendo cada vez más uniforme.
  • Mariana Azcárraga Quizaidézett2 évvel ezelőtt
    Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.
  • Mariana Azcárraga Quizaidézett2 évvel ezelőtt
    aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían esterilizado
  • b5844185166idézett8 évvel ezelőtt
    tal y como se sacude una máquina tragaperras estropeada que, desleal, retiene lo que le pedimos
  • marteidézett2 hónappal ezelőtt
    Después me marché y sentí vergüenza frente a aquella anciana y buena señora que, de una manera ingenua y sin embargo verdaderamente humana, había sido fiel a la memoria del difunto. Pues ella, aquella mujer sin estudios, al menos había conservado el libro para acordarse mejor de él. Yo, en cambio, me había olvidado de Mendel el de los libros durante años. Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido
  • marteidézett2 hónappal ezelőtt
    Aún estuvimos bastante tiempo hablando de él, las dos últimas personas que habían conocido a aquel ser humano extraordinario. Yo, a quien, siendo joven, y a pesar de mi insignificante existencia de microbio, había concedido un primer atisbo de lo que es una vida por completo volcada en el espíritu. Y ella, aquella mujer pobre y consumida, la encargada de los aseos, que jamás había leído un libro, pero que se sentía unida a aquel camarada de su pobre mundo inferior tan sólo porque durante veinticinco años le había cepillado el abrigo y le había cosido los botones. Sin embargo, nos entendimos de maravilla junto a su vieja mesa abandonada, compartiendo aquella sombra a la que habíamos conjurado entre los dos, pues el recuerdo siempre une. Y un recuerdo afectuoso, doblemente. Y de pronto, en mitad de la conversación, la mujer se acordó de algo: «Jesús, qué despistada… Si aún tengo el libro que dejó entonces sobre la mesa. ¿Dónde habría podido llevárselo? Y después, como no se presentó nadie, después pensé que podría quedármelo como recuerdo. ¿Verdad? No he hecho mal». A toda prisa, lo trajo de su cuchitril en la parte trasera. Y me costó reprimir una ligera sonrisa, pues al destino, siempre dispuesto al juego y a veces irónico, le gusta mezclar, malicioso, lo estremecedor y lo cómico. Se trataba del segundo tomo de la Bibliotheca Germanorum erotica et curiosa, de Hayn. Un compendio de literatura galante bien conocido por todo coleccionista. Precisamente aquel catálogo escabroso —habent sua fata libelli— había ido a parar, como último legado del mago desaparecido, a aquellas manos ignorantes, ajadas y llenas de estrías rojas, que lo más probable es que no hubieran sostenido jamás otro libro fuera del de oraciones. Tuve que esforzarme por apretar los labios para resistir la sonrisa que, involuntaria, trataba de escapar desde mi interior. Y aquel leve titubeo confundió a la buena señora. ¿Se trataba al final de algo valioso o me parecía que podía quedárselo?
  • marteidézett2 hónappal ezelőtt
    Fue una calamidad», dijo la señora Sporschil al describir su despedida. «Nunca olvidaré cómo se levantó, con las gafas sobre la frente, blanco como un pañuelo de bolsillo. No se tomó el tiempo necesario para ponerse el abrigo, a pesar de que estábamos en el mes de enero, ya sabe usted, durante aquel año tan frío. Y del susto, se dejó el libro sobre la mesa. Sólo me di cuenta más tarde, y quise llevárselo, pero ya había salido por la puerta dando traspiés. Y yo no me atreví a seguirle por las calles, pues el señor Gurtner se apostó junto a la puerta y le gritó de tal modo que la gente se paró a mirar. Sí, fue un escándalo. Me sentí avergonzada hasta lo más profundo de mi alma. Algo así no habría ocurrido jamás con el viejo señor Standhartner: que a uno le echaran por un par de panecillos. Con él habría podido comer gratis toda su vida. Pero la gente de hoy en día no tiene corazón. Expulsar a alguien que se había sentado allí día tras día durante más de treinta años… Realmente es una vergüenza, y no me gustaría tener que responder por ello ante Dios… No
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