Putita, Putita, Putita. Me llamaban así. Putita. Para ellos no tenía un nombre, sino únicamente ese mote que por sí solo lo decía todo; describía de la mejor manera mi condición de hija y de ser humano. Durante mucho tiempo casi desconocía mi verdadero nombre, ya que para mis padres no era otra cosa que una putita. Un apodo que habla mucho de mi vida con ellos, es decir, de mis primeros diez años de existencia.