Recuerdos de un callejón sin salida

No podía dejar de llorar al pensar que, si las cosas hubieran sido distintas, tal vez hubiéramos sido muy felices juntos, y que ahora quizá jamás volveríamos a vernos.

—A pesar de todo lo que nos queremos, esto es una despedida —le dije, y entonces alcé la vista hacia él y vi que las lágrimas le empañaban los ojos.

Me resulta difícil describir la peculiar sensación de comodidad que experimentaba cuando hablaba con él de cualquier tontería… No era como estar en familia, y tampoco diría que fuera divertido. Simplemente, se creaba una sintonía entre los dos y la conversación se prolongaba.

Podría parecer una vida simple, pero en realidad pertenece a una inmensa corriente, no menos apasionante que vivir una aventura en los siete mares.

La palabra que más se aproxima a lo que sentía tal vez sea «bendición».

Luego, con calma, volvimos a hacer el amor.

Hiciéramos lo que hiciésemos, nos sentíamos muy contentos y, al mismo tiempo, estábamos un tanto tristes.

Pero me acordaba del «me gustaría verte al menos una vez más» (que en realidad significaba «me gustaría hacerlo al menos una vez más»). Yo, por supuesto, lo deseaba. Imagino que los dos deseábamos lo mismo.

Todo parece hecho para que dos personas se den calor la una a la otra.

Ese color gris, esas nubes espesas, el viento que sopla…