Nuestros valores morales, nuestras emociones, nuestros amores, no son menos verdaderos por el hecho de formar parte de la naturaleza, de ser compartidos con el mundo animal, o por haberse desarrollado y venir determinados por los millones de años de evolución de nuestra especie. Antes bien, son, por ello mismo, más verdaderos; son reales. Son la compleja realidad de la que estamos hechos. Nuestra realidad es el llanto y la risa, la gratitud y el altruismo, la fidelidad y las traiciones, el pasado que nos acosa y la serenidad. Nuestra realidad está constituida por nuestras sociedades, por la emoción de la música, por las ricas redes entrelazadas de nuestro saber común, que hemos construido juntos. Todo ello forma parte de esa misma naturaleza que describimos. Somos parte integrante de la naturaleza, somos naturaleza, en una de sus innumerables y variadísimas expresiones. Eso es lo que nos enseña nuestro creciente conocimiento de las cosas del mundo.