Una gran mariposa descansaba en la pared azul cielo, con las alas extendidas. Eran de color púrpura iridescente, bordeadas de negro. Nunca antes había visto una mariposa de ese tamaño, o de ese color. Me incliné con cuidado, para no asustarla.
No fue hasta que me acerqué lo bastante como para rozar sus alas con mis dedos que me di cuenta de que estaba tras un cristal, prisionera para siempre, con una aguja clavada en el corazón.