Aiden fue el primero en atravesar la puerta. Ambos, él y Seth, se pararon a unos cuantos metros de mí. Podía imaginar qué estaban viendo: montones y montones de polvo azul, los cuerpos, las puertas rotas, y Dawn asustada bajo la estatua.
Luego me vieron a mí, de pie con el arma sangrienta en la mano y un Guardia del Consejo muerto a mis pies.
—Álex, ¿estás bien? —Aiden cruzó la sala—. ¿Álex?
Pasó por encima del Guardia caído y se puso frente a mí. Tenía un moratón bajo su ojo derecho y un arañazo por toda su mejilla izquierda. Tenía la camiseta rota, pero el arma que tenía sujeta en los pantalones no tenía sangre.
—Álex, ¿qué ha pasado? —Sonaba desesperado y trataba de mirarme a los ojos.