La orilla celeste del agua

lectura muda que practicaba el obispo se le llamó entonces, en su honor, «lectura ambrosiana

Qué tenía el obispo Ambrosius, además de su inmenso poder, que causaba tanta admiración, no solo en Augustinus, sino en todo el que se le acercaba?: leía en silencio.

Con todo y lo prodigioso del acto, en aquella época los que de verdad impresionaban eran los que leían en silencio. El silencio, el no enterarse de lo que el lector leía, pero sí verlo abstraído frente a la página, era el verdadero prodigio.

Mingus nació en una base militar de Nogales, Arizona, y luego fue a hacerse músico, y un combativo militante antirracista, a Los Ángeles. «No soy lo bastante blanco para dejar de pasar por negro, ni lo bastante claro para que me llamen blanco», decía de sí mismo este hombre que tenía raíces chinas, afroamericanas y suecas.

argumento de Viridiana, basada, solo en parte, en una novela de Galdós, es una delicia: Fernando Rey, que es don Jaime, un viudo adinerado, invita a Silvia Pinal, que es Viridiana, a pasar unos días en su finca. Viridiana es su sobrina política y además es monja. Cuando el viejo la recibe, se queda mudo: su sobrina es idéntica a su tía, es decir, a la esposa de don Jaime, que había muerto en la noche de bodas, justo antes de consumar el matrimonio. La situación es diabólica y es mucha la tentación. El viudo echa un somnífero en el café de Viridiana y esta se queda profundamente dormida.

Camilo Sesto, Nelson Ned, Leo Dan y los Bee Gees eran más rentables, quizá por miedo a que el rock alentara una rebelión juvenil, quizá por pura beatería o por simple ignorancia, que casi siempre es el motor de toda prohibición.

«No se puede conocer a un hombre sino por el nivel al que la música se ha elevado en su alma», dice Cioran con toda razón y luego cuenta que Anna Magdalena, la segunda esposa de Bach, decía que su marido tenía ojos que escuchaban, «así me he imaginado siempre a un músico: un hombre que oye por todos sus sentidos». Esta idea de la señora Bach añade el oído al mirar activo.

«Amo a los poetas porque no llegan ni llegarán a nada. Su poesía no conduce a ninguna parte (…) de ellos aprendemos que no tenemos nada que perder», dice el filósofo Cioran.

«No sé qué idea puedo hacerme del bien si suprimo los placeres del gusto, del amor, del oído y los suaves movimientos que de las formas exteriores recibe la vista», dijo el filósofo y añadió que el placer es «el bie

Epicuro enseñaba en su jardín que «el placer es principio y culminación de la vida feliz». Una doctrina fundamentada en el placer era, desde luego, un escándalo en aquel mundo en el que Aristóteles opinaba que «ningún placer es un bien», y Platón sentenciaba que «el placer es el mayor incentivo para el mal», una consigna desgraciada que sería, sin que el filósofo pudiera sospecharlo, uno de los pilares de la Iglesia católica.