Ideas y poder

“Comprender –escribió– es el modo específicamente humano de estar vivo”.

Primero, por las mismas tesis de Arendt: la tesis de la “banalidad del mal”, esto es, Eichmann como un burócrata banal y anodino que se limitó a cumplir órdenes, y no como la encarnación del mal y de la perversión del antisemitismo; la tesis de la pasividad judía ante el Holocausto, o lo que era lo mismo, la posible culpabilidad de los consejos judíos alemanes (Judenräte) en el Holocausto, por haber cooperado en distinta forma con los nazis.

Su obra como intelectual estaba ya hecha. Esa obra era una obra capital en la historia de la mujer. Lo que Beauvoir planteó fue que la “mujer”, o lo que fue siendo en la historia y en los distintos pueblos y culturas, fue, y lo era cuando ella escribía (y aún después), una creación cultural; y que los mitos sobre la mujer, la feminidad misma, no fueron otra cosa que coartadas de discriminación masculina.

El compromiso intelectual vino en ambos casos después: fue entonces, desde 1945, cuando, como si se tratara de una reacción compensatoria por su silencio anterior, se sumaron a la Historia –con mayúscula, como escribía Sartre–, esto es, cuando apoyaron el comunismo, y por un tiempo al Partido Comunista Francés, y a los países –dictaduras– del socialismo real (a la Unión Soviética, Cuba y la China de Mao, sucesivamente), a los movimientos de liberación del tercer mundo (Argelia, África, Vietnam).

Sartre y Beauvoir encarnaron en los años de la posguerra, y prácticamente hasta el final de sus vidas respectivas, la figura del “intelectual comprometido”. Pero Beauvoir, de quien ahora se trata, careció, en eso como Sartre, de conciencia política prácticamente hasta 1945.

Beauvoir silenció, también, su actuación en la Francia bajo ocupación alemana, y concretamente su colaboración en Radio-Vichy, la radio oficial del régimen colaboracionista del mariscal Pétain.

sus relaciones con terceros fueron a menudo, en ambos casos –Sartre, Beauvoir–, manipuladoras, sórdidas, complicadas, y en ocasiones mezquinas, especialmente así para quienes no eran allí otra cosa que amores contingentes de la pareja.

Beauvoir, por ejemplo, no pudo nunca superar su dependencia personal de Sartre. O lo que fue lo mismo: que su relación no fue el modelo ideal de relación libre que postularon, y que quisieron crear

Omitió, por ejemplo, la denuncia de 1943 contra ella, antes mencionada, no obstante haber sido factor indudable en su abandono de la docencia y que pudo incluso haber decidido su renuncia a la universidad; o, por ejemplo, sus relaciones con el joven Jacques-Laurent Bost, a quien dedicó El segundo sexo

“En el seno del mundo dado le corresponde al hombre hacer triunfar el reino de la libertad; para lograr esta victoria suprema es necesario, entre otras cosas, que más allá de sus diferencias naturales los hombres y mujeres afirmen sin equívocos su fraternidad”