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Jennifer L. Armentrout

Una sombra en las brasas

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Nacida envuelta en el velo de los Primigenios, una Doncella como prometieron los Hados, el futuro de Seraphena Mierel nunca ha sido suyo. Elegida antes de nacer para cumplir el trato desesperado que aceptó su antepasado para salvar a su gente, Sera debe dejar atrás su vida y ofrecerse al Primigenio de la Muerte como su consorte.
Sin embargo, el verdadero destino de Sera es el secreto mejor guardado de todo Lasania. No es la Doncella bien protegida que todos creen, sino una asesina con una misión, un objetivo: hacer que el Primigenio de la Muerte se enamore, convertirse en su debilidad, y después… terminar con él. Si fracasa, condena a su reino a una muerte lenta a manos de la Podredumbre.
Sera siempre ha sabido lo que es. Elegida. Consorte. Asesina. Arma. Un espectro nunca del todo formado pero aun así empapado de sangre. Un monstruo. Hasta él. Hasta que las palabras y acciones inesperadas del Primigenio de la Muerte ahuyentan la oscuridad que se iba acumulando en su interior. Y sus caricias seductoras prenden una pasión que Sera jamás se había permitido sentir y que no puede sentir por él. Pero Sera nunca ha tenido elección. Sea como sea, su vida está perdida, siempre lo ha estado, pues ha sido tocada para siempre por la Vida y la Muerte.
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Idézetek

  • Lilen Altamiranoidézett17 órával ezelőtt
    —No lo entiendo —susurré, aunque eché a andar otra vez para detenerme a un par de pasos de sir Holland.

    —¿Lo conoces? —Nyktos se había acercado a mí, los ojos clavados en el hombre que teníamos delante.

    —Sí, me conoce —confirmó sir Holland, y sus ojos oscuros buscaron los míos—. La he conocido la mayor parte de su vida.

    —Él me entrenó —susurré. Quería tocarlo para ver si era real, abrazarlo, pero no podía moverme—. Es sir Holland. No entiendo cómo es posible.

    —Puedes llamarme solo Holland —me dijo—. Ese es mi nombre.

    —Pero eres… ¿por qué estás aquí? —La confusión tronaba en mi interior y vi a Penellaphe pasar con sigilo por su lado después de haber entrado en la amplia sala—. ¿Eres un viktor?

    —No. Ese honor no es mío —dijo.

    —Está aquí porque es un Espíritu del Destino —declaró Nyktos con frialdad—. Es un Hado, un Arae. Uno que al parecer ha estado haciéndose pasar por mortal. —Miró a Holland con suspicacia—. Ahora sé cómo tenías conocimiento de cierta poción.

    —No es un espíritu. —Para confirmarlo, sobre todo a mí misma, estiré una mano y presioné con un dedo sobre la lustrosa piel marrón de su brazo.

    —Los Espíritus del Destino, los Arae, son como dioses. —Nyktos alargó un brazo y apartó mi mano de Holland—. No son como los espíritus de alrededor de tu lago.

    La mirada de Holland siguió la dirección de la mano de Nyktos y un lado de sus labios se curvó hacia arriba.

    Aturdida, todo lo que pude hacer fue mirarlo pasmada. La parte pragmática de mi mente se puso en funcionamiento. De toda la gente que conocía, Holland siempre había creído… siempre había creído en mí. Su fe inquebrantable tenía más sentido ahora. Seguía siendo una sorpresa, pero después de haberme enterado de la verdad acerca de Kolis, sabía que esto podría procesarlo. Podría entenderlo. Y saber que Holland estaba bien también ayudaba. Tavius no le había hecho algo terrible.
  • Lilen Altamiranoidézett17 órával ezelőtt
    Rhahar y Ector estaban bajo el arco de entrada. No estaban solos. Un hombre desconocido estaba con ellos, su pelo pajizo rozaba unos anchos hombros enfundados en una túnica gris claro ceñida con un cinturón. Tenía el rostro curtido y tostado por el sol. A su lado había una diosa. Supe lo que era al instante. Era la cualidad etérea de sus rasgos y el tenue resplandor luminoso bajo su piel café con leche. Tenía el pelo del color de la miel, unos tonos más claro que el vestido que llevaba, y sus ojos eran del azul más intenso que había visto en la vida. Cuando nos acercamos, el hombre se llevó una mano al corazón y se inclinó por la cintura, igual que la diosa.

    —¿Penellaphe? —El tono de Nyktos sonó cargado de sorpresa.

    —Hola, Nyktos. —Se enderezó y vino hacia nosotros. Echó un vistazo rápido en mi dirección—. Ha pasado un tiempito desde la última vez que nos vimos.

    —Demasiado —confirmó él—. Espero que todo vaya bien.

    —Sí, todo va bien. —La sonrisa de Penellaphe fue breve y se desvaneció cuando me miró de nuevo. Nyktos siguió la dirección de su mirada.

    —Esta es…

    —Ya sé quién es —lo interrumpió Penellaphe. Arqueé las cejas—. Ella es la razón de que esté aquí.

    —¿Lo soy?

    La diosa asintió y se giró otra vez hacia Nyktos.

    —Convocaste a los Arae.

    —Así es, pero…

    —Pero yo no soy los Arae. Pronto entenderás por qué he venido yo —dijo. Dio un paso atrás y cruzó las manos—. Uno de los Arae te espera dentro. Os espera a los dos.

    La curiosidad se grabó en el rostro de Nyktos, pero me miró antes de hacer nada. Yo asentí y Penellaphe se volvió hacia el otro hombre.

    —¿Nos esperas aquí? —preguntó.

    —Por supuesto —contestó él. La diosa inclinó la cabeza.

    —Gracias, Ward.

    Lo miré con disimulo al pasar por su lado. No pude distinguir si era una divinidad o un mortal, pero no vi ningún aura en sus ojos. Rhahar y Ector dieron un paso a un costado cuando Penellaphe pasó como flotando por su lado. Apreté el paso al ver a Nyktos girar la cabeza hacia mí. Frenó un poco y lo alcancé justo para entrar con él en la sala ahora iluminada por velas.
  • Lilen Altamiranoidézett17 órával ezelőtt
    —¿Y con sobre todo mortales, qué quieres decir?

    —Quiere decir que no son mortales ni dioses. Pero sí son eternos, como los Hados —dijo Saion. Arqueé las cejas.

    —Vaya, eso lo aclara todo.

    Saion sonrió.

    —Nacen para cumplir su papel, de un modo muy parecido a como nace un mortal, pero sus almas han vivido muchas vidas.

    —¿Reencarnados como Sotoria? —pregunté.

    —Sí y no. —Nyktos se echó hacia atrás—. Viven como mortales y cumplen con su propósito. Mueren en el proceso de hacerlo, o bien mucho después de haber cumplido con su deber, pero cuando mueren, sus almas regresan al Monte Lotho, donde están los Arae, y se les da forma física de nuevo. Permanecen ahí hasta que llega su momento otra vez.

    —Cuando renacen, no recuerdan sus vidas anteriores, solo esta llamada que algunos distinguen y otros no. Es una forma que tienen los Hados de mantener el equilibrio —dijo Saion—. Sin embargo, cuando vuelven al Monte Lotho, recuperan los recuerdos de sus vidas.

    —¿De todas sus vidas?

    El dios asintió y yo solté una larga bocanada de aire. Podían ser muchas vidas que recordar… muchas muertes y pérdidas. Aunque también mucha alegría. Si los hermanos Kazin eran viktors, ¿habrían sabido cuál era su deber? ¿Y Andreia u otros cuyos nombres desconocía? ¿Y el bebé?

    ¿Y si eso era lo que era sir Holland?

    Se me cortó la respiración. ¿Podía ser un viktor? Me había protegido al entrenarme, y jamás se dio por vencido. Nunca. Y sabía lo de la poción. Te… tenía sentido. Y como lo tenía, me entraron ganas de llorar.

    Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás contra el cojín. Eran muchas cosas que digerir. Habían sido muchas cosas en muy poco tiempo.

    —Si quieres darte un baño o descansar, hay tiempo —me ofreció Nyktos. Lo miré y sentí un tirón en el pecho cuando nuestros ojos se cruzaron.

    —Preferiría quedarme aquí hasta que sepamos si los Hados van a responder. No quiero…

    No quería volver a mis aposentos. No quería estar sola. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, demasiadas cosas dentro de mí.

    Se hizo el silencio en la habitación y cerré los ojos. No recordaba haberme dormido, pero debía de haberlo hecho.
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